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Milagro económico colombiano. ¿No le llamaría la atención?

Las crisis económicas son fácilmente las parteras de todos los males sociales. Muchas veces pensamos que el Estado es el ente encargado de arreglar el problema. Pero, ¿y si en lugar de pensar que es mediante la intervención estatal que salimos del abismo, le damos la oportunidad, por una vez, a la “mano invisible” de Adam Smith?


 

Colombia atraviesa una actualidad devastadora. El arribo del coronavirus a la tierra de Colón, sumada con la cuarentena más larga del mundo, desencadenaron en unas cifras aterradoras a las que pocas veces nos habíamos visto enfrentados como país y como sociedad. Solo en julio del vigente año desaparecieron más de 4 millones de puestos de trabajo, lo que generó que al cierre de agosto, el desempleo total nacional alcanzara un alarmante 16,8%, es decir 6,8% más en comparativa con las cifras del mismo mes en 2019, según datos del DANE.


Conforme a un estudio de la Corporación Interactuar para conocer de forma tangible la hecatombe que produjo el aislamiento obligatorio, el 10% de las microempresas del país se declararon en quiebra, y de acuerdo con el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, en el segundo trimestre del año en curso, el PIB cayó un 15,7% en comparación con el mismo lapso del 2019. Ante semejante prólogo de tragedia, se añade el hecho que actualmente en el país, el número de personas viviendo bajo el umbral de pobreza superó los 17 millones.


La situación, mi estimado lector, está sobadísima, y es aquí cuando empezamos a ver a políticos de todos los espectros ideológicos expresar sobre cómo vamos a salir de este infierno al cual nos condenó el virus chino. Carrasquilla hablando de otra reforma tributaria, Roy Barreras defendiendo la Renta Básica Universal, Uribe alegando que se debe reducir por ley la jornada laboral, Petro proponiendo imprimir 30 billones de pesos para comprar paneles solares, Fajardo pensando en una emisión de 50 billones de deuda para proyectos estatales y Claudia López dichosa porque se aprobó un ICA de más del 10 por 1000 en las plataformas de comercio electrónico (omitiendo que el ICA grava ingresos, más no utilidades, por lo cual una empresa que no genere beneficios termina pagando impuestos solo por ir a trabajar. Lo cual es un derecho).


Pero quitémonos la camiseta un momento. Apaguemos La W y no le pongamos atención ni a los progresistas, ni a los verdes, ni al uribismo, ni a nadie. Miremos soluciones de afuera. Ejemplos pragmáticos que vinieron para apagar incendios económico-sociales mucho más delicados, como la posguerra.


Acabada la segunda guerra mundial, y una vez que aliados y soviéticos se repartieron Alemania (o lo que quedaba de ella), en el costado occidental del territorio germánico se pretendía continuar con las estrictas políticas de planificación económica que habían quedado como vestigio del Nacionalsocialismo, tales como los límites fijados a la producción industrial, reclutamiento obligatorio del pie de fuerza laboral y los fuertes controles de precios.


Desde 1945, entre las filas aliadas figuraba un ignoto económico alemán llamado Ludwig Wilhem Erhard, quien pese a haber obtenido un doctorado en economía en 1925 de la Universidad de Frankfurt, vio truncada su carrera por negarse, años después, a afiliarse al Partido del Obrero Nacionalista Alemán.

En 1948, Erhard fue nombrado director del Consejo Económico de Bizonia, asumiendo el cargo con la compleja tarea de levantar a una Alemania devastada en todos los aspectos, como consecuencia de la crudeza de la guerra. Fue ahí, cuando desafiando los intereses de las fuerzas de ocupación aliadas, optó por liberalizar de manera contundente la economía.


En junio de ese año, los aliados tomaron una de sus medidas mas acertadas al liquidar la oferta de plata con una ley de reforma monetaria que sustituyó el reichsmark que se usaba desde 1924, por el deutsche mark. En simultánea con esto, ese mismo día Erhard optó por eliminar todos los límites de precios y tumbar las restricciones económicas que afectaban a la producción y distribución en el país.


La reacción no se hizo esperar. En Estados Unidos, país supervisor de la economía alemana, John Kenneth Galbraith, quien trabajaba en el Departamento de Estado, criticó con tenacidad las incipientes medidas adoptadas por Erhard, y le vaticinó que al suprimir los controles económicos las consecuencias serían nefastas.


Que equivocado estaba Galbraith. En cuestión de días la escasez era un simple recuerdo, el mercado negro empezó a desaparecer y la nueva moneda le quitó protagonismo al truque que por ese entonces era supremamente popular.


Erhard siguió con su revolución liberal al promulgar una reforma fiscal que redujo el impuesto sobre la renta en más de un 30%, lo cual fue determinante para la recuperación del pueblo alemán, que acompañaba las exitosas medidas estatales con fuertes jornadas de trabajo. En los primeros seis meses, el PIB del país creció un 53%.


Estas medidas se tomaron antes que el popular Plan Marshall (el cual solo podía usarse para comprar servicios y productos norteamericanos) llegara a Alemania. La ayuda estadounidense se cifró en unos 1320 millones de dólares, representando tan solo el 5% de la Renta Nacional Bruta del país, y como si fuera poco, las reparaciones de la guerra lo monopolizaban en su totalidad, ya que estas representaban el 15% de la renta nacional del momento.


No obstante, el Plan Marshall se robó todo el protagonismo al venderse como el salvador de la recuperación económica en Europa, ya se considera como un ejemplo de éxito del intervencionismo en la economía. Es tan así, que la alcaldesa Claudia López quiere bautizar de esa manera a la reforma tributaria que se le viene a los capitalinos.


Pero el Plan Marshall realmente no fue salvador de nada. Por poner un ejemplo, el 26% de los recursos del Plan fueron entregados al Reino Unido. No obstante, su economía continuó supremamente controlada y estancada. Dese los 50´s hasta los 70´s, Inglaterra acumuló muchas medidas keynesianas que deterioraron gravemente la economía británica, con un mercado laboral supremamente rígido, los impuestos más altos de Europa (un impuesto sobre la renta de las personas que llegaba a picos del 80%), un insostenible estado de bienestar que acababa con las finanzas de la clase media y una inflación que superó al 20%. Esta realidad le hizo meritoria del apodo “The sick man of Europe”.


Fue hasta el 79, cuando Margaret Thatcher implementó una liberalización de la economía que contrarrestó los nefastos efectos del intervencionismo y logró devolverle a Gran Bretaña la solidez de su aparato productivo.


De modo que el verdadero salvador de Europa no se llama Plan Marshall. Se llama libre mercado. Erhard y Thatcher son dos casos de éxito, ya que sus medidas oportunas se evidencian en las condiciones que ambos países tienen en la actualidad.


Entonces, ¿qué tal si miramos para este lado? Todas las soluciones propuestas en la actualidad por los políticos de turno se limitan a cargas tributarias y empoderar al Estado, ¿no sería mejor hacerle caso a Erhard antes que a López, Uribe, Barreras o Petro?


Si Erhard consiguió lo que se le conoció como el milagro económico alemán, ¿por qué no apostarle nosotros a un milagro económico colombiano?

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