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¿Vive 100 a 0,39 o a 1,5 dólares?


La diezmada moneda patria y la crisis económica causada por el coronavirus, han vuelto a traer al escenario público el debate sobre diversas medidas para volver a reactivar el aparato productivo del país. Una de las que ha ganado más popularidad, es la de emular decisiones, como la de Ecuador o El Salvador, y dolarizar toda la economía. ¿Le gusta la propuesta?


La cosa está difícil. El peso está cayendo más rápido que el Nacional de Juan Carlos Osorio, y esto tiene muchísimos inconvenientes para las importaciones del país y también, para los consumidores finales de estas, quienes terminan pagando precios más elevados. Todo esto, entre muchísimas otras consecuencias nefastas.


Hoy vemos a muchos economistas afirmar que Colombia debería sustituir la moneda nacional por una extranjera en todas sus transacciones domésticas, puesto que el peso es un perdedor a largo plazo. Solo en lo que va corrido del año, el valor de este respecto al dólar, ha descendido más de un 17%. Hoy 5 de noviembre, a tasa de cambio oficial por el Banco de la República, se ubica en 3754,50 pesos por cada dólar.


Lo cierto es que esa apreciación no dista mucho de la realidad. Es evidente la pérdida de valor del peso colombiano, pero esto también sirve de radiografía de un mercado laboral con unos costos ridículamente altos, una economía muy poco diversificada y una improductividad, como país, notoria. Lastimosamente, para ser una sociedad que “se muele el lomo camellando”, no creamos valor. Tenaz.


Ahora, obviamente cambiar los “remolachos” por los “viches” traería resultados efectivos en cuanto combatir la inflación, estabilizar la economía y generar confianza inversionista. Pero, como nada es gratis en la vida, el costo social de esta decisión podría ser mayor al beneficio. En parte, porque en opinión del suscrito, esta medida debe adoptarse en una instancia mucho más compleja de la que atraviesa el país actualmente.


De modo que, para entender este debate, esclarezcamos primero porqué ocurre el fenómeno de devaluación, que desde 2014 hasta hoy, le ha quitado el 45% del valor a nuestra moneda respecto a la divisa más popular del mundo.

Para empezar, entendamos que el escenario ideal sería que un billete de Gaitán tuviera el mismo valor que el de Washington. Pero, ¿Es esto posible? Pues sí. Obvio, sí. Como también es posible que Millos sea campeón de la Libertadores, algún día.


La plata es un producto, y como cualquier otro, está sujeto a la ley de oferta y demanda. Si hay demasiados billetes en circulación, pues pierden valor, y con esto, la capacidad de intercambio que deberían tener. Ahora, cuando hablamos de devaluación del peso, en realidad es un concepto errado, puesto que esto (en el mundo real) se traduce como un fortalecimiento del dólar en el país. Y una vez entendida la abstracción inicial de este párrafo, podemos concluir que ese robustecimiento del dólar significa que hay menos circulando en Colombia.


Esto ocurre por muchos factores. Unos con mayor peso en el problema que otros, pero finalmente es el resultado de una suma de extensas variables que reducen la presencia de la moneda reina en el territorio. La primera, y tal vez más evidente, es el desplome de los precios del barril de Petróleo.


Las exportaciones del país las acapara en un 32,9% el oro negro, siendo el rubro que más vende al exterior. También los derivados del petróleo son esenciales, pues se ubican terceros y representan un 7,5% de las mismas[1]. De modo que cuando este mercado baja el precio, al país le entran menos dólares por barril (que es de lejos, la moneda con mayor confianza en el mundo y por consiguiente la que se emplea en este tipo de transacciones), lo que genera que sean necesarios más pesos para la adquisición del dólar.


Así mismo, el Covid-19 auspició otra caída brutal en la entrada de dólares al territorio patrio. Y es que justo llegó cuando el país estaba viviendo un boom considerable del sector turismo. Para 2019, este rubro le aportó un 3,8% al PIB nacional de ese año, lo que se tradujo en unos 19 mil millones de dólares[2], según cifras del World Travel & Tourism Council.


Y las previsiones para 2020 eran realmente prometedoras e ilusionantes. Bueno, pues el coronavirus al sector le cayó como el gol de Henry Rojas a Daniel Samper. El cierre de aeropuertos y hoteles en el país, generó que no acudieran turistas extranjeros que gastan en dólares, lo cual también contribuye al fortalecimiento de la divisa americana.


No obstante, y pese a la notoria complejidad de la situación, este es un problema que, al adoptar medidas pertinentes, podría representar un cambio notorio. No solo de la situación actual, sino también respecto al camino de desarrollo que necesita el país.


La dolarización por si misma no nos va a diversificar la economía. Tampoco nos va a flexibilizar un mercado laboral inviable y obsoleto, ni mucho menos va a reducir la voraz tributación de las empresas. Simplemente representaría un estabilizador que, sin reformas de fondo, sería de muy corto plazo. Adicionalmente, el cambio perjudicaría bastante a las empresas nacionales que importen sus materias primas, lo que les complicaría considerablemente la competencia en el mercado. Más aún si tenemos en cuenta que la contingencia del Covid también encarece costes de distribución.


Es cierto que se les daría la posibilidad a los más pobres de poder ahorrar en una moneda cuyo valor es muchísimo más estable, lo cual sería un argumento de peso si estuviéramos hablando de un escenario hiperinflacionario. Situación a la que, gracias a Dios, nunca nos hemos visto enfrentados.

Para julio de del vigente año, la inflación en el país llegó a 1,97%, volviendo a estar debajo del 2% luego de 3 años (en 2013 cerró en 1,94%). Entonces, estamos a tiempo de remediarlo, ¿no?


Adoptar esta medida, podría afectar las cadenas de producción porque el mismo cambio no será beneficioso para las pymes. En realidad, sería una consecuencia muy similar a la que afectó a El Salvador cuando adoptó esta medida. Pero para entenderlo mejor, ubiquemos esto en un escenario más convencional al que nos usted y yo nos podríamos ver enfrentados.

Un domingo va, medio enguayabado, a recoger a su novia. En la calle 116 con séptima compra un Vive 100 para “bajar la seca”.


Actualmente ese Vive 100 cuesta 1500 pesos. En ese imaginario dolarizado, ¿cuánto cree que le podría cobrar el vendedor? ¿39 centavos o 1,5 dólares? Antes de responderse, piense que ahora a ese señor le están pagando en dólares y la carga tributaria del sector privado en el país, también se pagaría con billetes de Benjamín Franklin.


De modo que nuestro concepto de precio igual a valor, cambiaría. Cambiaría a la fuerza, aparatosamente.


Renunciar a la soberanía monetaria es vivir en constante riesgo. Yo se que estamos hablando de una moneda emitida por la Reserva Federal de la economía más desarrollada del mundo y esto le da muchísima fuerza y estabilidad (lo cual es innegable).


Pero en algún momento la economía estadounidense se podría ver afectada por una infinidad de variables imprevisibles que, así Colombia se encuentre en su mejor momento, resentirían su hipotética actualidad.


Adicionalmente se perdería la funcionalidad del Banco de la República, el cual no solo emite moneda, sino que fija los tipos de interés. De modo que todo pasaría a ser potestad americana, incluido (en cierto modo) el sector financiero. Adicionalmente, Estados Unidos es un país con ciclo económico diferente al nuestro, y eso es algo que no se puede emparejar con un pupitrazo, por aquello del orden espontáneo. Y pues, la Reserva Federal responde ante ese ciclo propiamente.


De modo que esta solución es indubitable en países como Venezuela, el Ecuador de los 90´s o, inclusive Argentina. Pero nosotros estamos a tiempo. La situación puede cambiar. Y lo más importante, puede ser partera de soluciones mucho más beneficiosas para todos.

La opción de reducir el gasto público y, por consiguiente, los impuestos es una medida muy prometedora. Que la gente tenga más plata en el bolsillo es fundamental para dinamizar la economía y, orientada al sector privado, la reducción tributaria sería un “canto de sirena” para la inversión extranjera. La cual llegaría al país, mayoritariamente, en dólares.


También desregularizar el sector bancario para que la gente pueda ahorrar formalmente en moneda foráneas. Al igual que el sistema pensional, al cual también se debería poder cotizar en dólares.


Pues bien. ¡Es todo un debate! Pero para ideas, colores. Dicen por ahí.

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