Como es lógico el último año pandémico ha sido tétrico para las arcas del Estado pues las cuarentenas que desembocaron en una crisis económica brutal han hecho que el Gobierno oficie como una gran agencia de seguros, repartiendo plata por todas partes y gastando más de lo que ha percibido. Llegó el momento de ver como pondremos las cuentas en orden, aumentar el recaudo es clave, pero también lo es recortar en el gasto.
La verdad es que este viene siendo un tema más de sentido común que de economía, pues para que las cosas funcionen con cierta normalidad en Colombia, la fórmula es más sencilla de lo que la gente se imagina: los gastos del gobierno deben ser equivalentes a los ingresos, ya está. Esos ingresos, por supuesto, provienen de la billetera de cada uno de nosotros, porque independientemente del contexto, el Estado nunca tiene billetera propia y cuando gasta es porque mete la mano en el bolsillo de los ciudadanos, de los de hoy con impuestos o de los del mañana con deuda e inflación.
Los tiempos complicados sirven para que el político populista, tan común en este país, comience a hacer exigencias de gran aprobación popular al gobierno de turno como educación gratuita, internet para todo el mundo o renta básica universal, pero oponiéndose con tenacidad a lo que estas medidas traerían como una consecuencia lógica, el alza en los impuestos. Como dice mi abuela, quieren el duro y las cuatro pesetas.
Pero el discurso debe estructurarse siempre sobre la sólida base que ofrece la realidad y en este momento el palo no está para cucharas pues la quiebra de empresas, el altísimo desempleo y la escandalosa informalidad, generan que el contribuyente esté en las vacas flacas y sea muy difícil que pueda seguir solventando un gasto público del nivel que lo exige el Covid-19, acá nos toca continuar financiando el déficit con deuda (que eventualmente y, contrario a lo que piensa la bancada progresista, toca pagar).
La reforma tributaria se venía venir desde que Iván Duque decretó el primer confinamiento en marzo de 2020 y eso lo debíamos saber todos. Ahora, una reforma tributaria no siempre tiene que ser sinónimo de aumentar los impuestos, pues sería un error garrafal pensar qué incrementando la tasa impositiva, se incrementa paralelamente el recaudo efectuado por la misma.
La finalidad de los impuestos debe ser esa, recaudar; una premisa que siempre tuvo muy clara el economista norteamericano Arthur Laffer, quien fue asesor del Concejo de Política Económica de Ronald Reagan y el encargado de popularizar la llamada “Curva de Laffer”, un modelo económico que estipula la existencia de un punto idóneo en la carga impositiva donde el Estado obtiene el recaudo máximo y por encima o por debajo de esta cifra, la recaudación tiende a decrecer[1].
Concorde a cifras de la Comisión de Expertos en Beneficios Tributarios, en el año 2019 el coste fiscal de los beneficios tributarios llegó hasta los 92 billones de pesos (el 8,7% del PIB para ese año). Solo el IVA representó el 81,1% de esta cifra, pues 74,9 billones provienen del impuesto sobre el valor añadido (7,1% del PIB en 2019), 17, 1 del ISR y 393 de impuestos menores[2].
Para ese mismo año la recaudación obtenida por el IVA fue de 37,08 billones de pesos[3] según cifras de la DIAN, un número que palidece al lado de los 119 billones que se podrían llegar a recaudar con un IVA sin exenciones ni tarifas diferenciales (que son los costes fiscales que se mencionan anteriormente), cada punto del impuesto sobre el valor añadido rendiría unos seis billones de pesos.
Los costes fiscales de los que habla el informe se centran en la postulación teórica del impuesto más no en la tarifa, lo que nos permite concluir que un hipotético IVA de 10% general, como el de Corea del Sur o Paraguay, sin exenciones ni diferenciaciones, habría resultado en un recaudo total de 68 billones de pesos, según las estimaciones del economista Luis Guillermo Vélez, lo que significan 18 billones de pesos más de lo recaudado aquel año y tres billones más de lo que se plantea recaudar el Gobierno con la reforma tributaria actual.
Esto solo a modo de ejemplo de cómo un cambio en la tributación centrada en la eficiencia puede ser posible en Colombia. No obstante, cualquier reforma tributaria (que son los mecanismos con los cuales el Estado percibe ingresos) sería insuficiente si no nos plantemos una reforma fiscal seria, es decir, la manera en que estamos gastando la plata.
De nada sirve aumentar el recaudo con eficiencia si estamos pensando en gastarla en seminarios de yoga para mascotas al aire libre, hacer monumentos de reconciliación al M-19 o pagar los sueldazos que acá devengan los funcionarios públicos. Se deben recortar todos los gastos corrientes del Estado cifrados en agencias, programas e iniciativas de poco impacto para centrarnos en la inversión.
Y eso sí, cuando acabe la pandemia y los recursos de proyectos culminados se liberen, se debe continuar operando con austeridad para lograr pagar la deuda que estamos acumulando en este momento. Necesitamos ser más amigables para cobrar, más eficientes para recaudar y más prudentes para gastar.
Comments