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¿Y el trabajar, trabajar y trabajar?

“A Colombia la está matando la pereza” decía Uribe hace tan solo unos años. Como caía de bien ese Álvaro, hermano. El del trabajar, trabajar y trabajar y el acérrimo defensor de la iniciativa privada. Ahora, ¿alguna vez ha tratado de explicarle a un extranjero que la “derecha colombiana” es el espectro que busca reducir la jornada laboral de 48 horas semanales a 40, en un país que tiene los niveles de productividad más bajos de la OCDE?



Digamos que, en apariencia, la propuesta del Centro Democrático no tiene problema alguno; el que quiera que busque un puesto de media jornada y listo, ya estuvo arreglado el asunto. Lo complejo viene cuando la medida uribista pretende que esta disminución de la jornada no se traduzca en una reducción del ingreso del trabajador, lo que quiere decir que el Centro Democrático plantea menos horas de “laburo” pero el mismo pago. Nuevamente el discurso es hermoso, ¿Quién no quiere pasar menos tiempo en su puesto de trabajo y seguir facturando lo mismo? Todos, viejo.


Ahora, ¿es así de sencillo?

Para adentrarnos en este terreno desglosemos el producto interno bruto de Colombia a través de dos variables de aportación al mismo: el número de horas trabajadas y la productividad media por hora de trabajo. Dicho de otra manera, para incrementar el PIB (que es lo que nos interesa a todos) o producimos bienes y servicios durante más horas, o producimos más bienes y servicios por cada una. No hay de otra.


De manera que aquí comienzan los verdaderos problemas. La propuesta uribista, de entrada, conllevaría a una reducción del PIB, a no ser que paralelamente el pie de fuerza laboral del país incremente compensatoriamente su productividad por hora trabajada. En realidad, el argumento del Centro Democrático es ese, ya que busca aumentar la productividad al no tener tanto tiempo disponible en la jornada.


Y la verdad es que hay labores que se pueden desempeñar en menor tiempo, es cierto. Pero miremos esta visión: Colombia tiene los niveles de productividad más bajos de la OCDE. Mientras en el país un trabajador en promedio produce $38.000 USD anuales, la media de las otras naciones miembros de la misma entidad supera los $100.000 USD[1].


Según el informe final del Departamento Nacional de Planeación sobre productividad laboral y capital humano, entre 2003 y 2017 la productividad patria creció a una tasa anual de (nada más) el 2,1%. De hecho, el mismo estudio concluyó que, en promedio, el trabajador colombiano es cuatro veces más improductivo que el norteamericano y tres que el europeo. Así mismo, la media también palidece al compararse con otras economías emergentes como Chile y México, en donde la de productividad en promedio, es 10% más alta que la de Colombia[2].


De manera que una reducción del 16,7% de la jornada laboral, nos obligaría a incrementar la productividad del empleado nacional en casi 20%, aumento utópico del cual no hemos estado ni cerca. Ni siquiera durante el mandato de Álvaro Uribe, donde el país creció tanto.


La caída del PIB no es un problema menor. Esta cifra, de la que tanto se habla en noticieros y periódicos, es el valor monetario del cúmulo de bienes y servicios producidos durante el año en el país. Es decir, el valor agregado de todo lo que, al cierre del año, los colombianos pueden adquirir sin tener que endeudarse frente al resto del planeta. Si el PIB se contrae, en promedio los ingresos del contribuyente se reducirían y la gente tendrá menos poder adquisitivo que antes.


Ahora, es válido pensar que esta disminución del PIB la sufrirían más los capitalistas y los empresarios, ya que de entrada son los primeros afectados con la media uribista, puesto que tienen que mantener los sueldos, aún contando por menos tiempo con el talento de su pie de fuerza. ¿En verdad creemos que esto no afectará al trabajador si este no aumenta el valor otorgado a su empleador?


En el año 2000 Francia redujo la jornada de trabajo de 39 a 35 horas semanales (reducción que hoy también se debate en España). Las consecuencias fueron evidentes: Se intensificó la jornada para compensar con más esfuerzo el tiempo perdido, se estancó el incremento de salarios, ya que el empleador debía compensar el aumento de los costes por hora, metiendo mano a las futuras remuneraciones de sus empleados y finalmente, se aumentó el número de los trabajadores con más de un puesto.


Rápidamente el gobierno francés se puso en la tarea de arreglar el problemón: en 2003 se incrementó de 130 a 180 el número tope de horas extras al año, lo que significó que una empresa podría añadir cuatro horas de trabajo a la jornada ordinaria, justo la cantidad de horas que había eliminado la medida del año 2000. Así mismo se rejudo el sobrecoste de estas horas extras, para las compañías con menos de 20 trabajadores. En 2007 se disminuyeron los impuestos y las cotizaciones sociales por hora extra trabajada y en 2008 se elevaron los días hábiles del año de 218 a 235[3].


De manera que, siendo lógicos, la demanda de tiempo libre por parte de un trabajador deberá aumentar de la mano del valor producido que otorga este a la empresa que lo emplea. Afirmación que es lógica y centrada. La intervención política en el mercado laboral está pecando por operar bajo una desconexión abismal de la realidad. Si usted como trabajador prefiere ganar más dinero que tener mayor disponibilidad para otras actividades no rentables, entonces se va a ver obligado a renunciar a ese ingreso por iniciativa del congreso.


Y si tenemos en cuenta que vivimos en un país de modestos salarios, con un desempleo disparado y una informalidad alarmante, entonces es inviable imponer una reducción de la jornada laboral. ¿Qué tal si en lugar de plantear iniciativas populistas, los congresistas generan ideas para aumentar la productividad de los colombianos en sus puestos de trabajo?


Producir más plata en menos tiempo nos da la posibilidad de hacer lo que “nos venga en gana” con el excedente restante, más días libres, más vacaciones o incluso, una jubilación más temprana. La imposición de la reducción de horas sin aumentar la productividad es sin duda, el camino para seguir promoviendo el empobrecimiento y la miseria.

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